Como material para este módulo, se transcribe un fragmento del libro el Pueblo Afrodescendiente del escritor afrocostarricense Quince Ducan, en donde de manera literaria, pero con aportes legales y datos históricos, el autor nos narra la historia del racismo doctrinario y sus manifestaciones en los estados latinoamericanos. Este texto es, por su contenido y forma, una introducción obligatoria al tema y una inducción para el cabal cumplimiento y aplicación de la “Guía práctica para el abordaje de casos de discriminación étnica y racial” elaborada por la especialista Mónica Pérez Granados.
El texto nos sitúa en un lugar de la Ceiba, Honduras, durante un encuentro de líderes y lideresas afrodescendientes, quienes, a través de las enseñanzas del abuelo (personaje principal) y del dialogo con las personas participantes en el encuentro, van desarrollando los conceptos de racismo, discriminación, social darwinismo y sus implicaciones en la vida de las personas afrodescendientes. A continuación, el texto:
Durante la tarde y noche fuimos llegando al campamento, un grupo de invitados de todo el continente americano. Hacía mucho calor. No sé cómo hacen las personas que viven acá, pegado a la costa. Vivir en la costa estaba muy alejado de mis aspiraciones; me parecía una mala idea. La brisa marina no debe ser buena para la salud. Además, qué incómodo cuando empezó a llover.
Al menos fuimos bien recibidos por una hermosa mujer que se identificó como Suantzy y dos señoras más, que con gran profesionalismo nos dieron la bienvenida, nos identificaron como “personas dirigentes o personas en todo caso destacadas del movimiento negro de todo el continente americano”. Encontré sorpresiva tal definición, habida cuenta de que en las presentaciones personales nos enteramos de que los delegados éramos en efecto personas muy diversas, procedentes incluso de naciones en que se suponía que no habitaban personas negras. La invitación fue precisa: reunirnos en un campamento durante una semana con un personaje legendario llamado Juan Bautista Yayah. Yo había escuchado hablar de él y como periodista que soy, me parecía una excelente oportunidad para lograr una buena entrevista. Confieso que ese era mi único interés.
Pero el donaire de Suantzy no pudo evitar que me quedara un poco preocupado. En primer lugar, no estaba el personaje en cuyo nombre habíamos sido invitados, lo cual tomé como una falta de cortesía. En segundo lugar, una de las anfitrionas que luego supimos era la bibliotecaria, se gastó una de esas fórmulas que personalmente me tenían hartos: eso de darle “gracias a Dios, en primer lugar y a los ancestros, por estar aquí” francamente no iba conmigo. Tuve el impulso de inventar una excusa y retirarme a la mañana siguiente.
No obstante, la lluvia y el calor y la diversidad de los invitados; a pesar de los quesos y vinos tan típicamente europeos que luego nos sirvieron, debo confesar que tuve tiempo para fijarme en Suantzy; era una mujer espectacular. Una mujer hermosa y elegante. Con una persona así uno se sentía obligado a la tolerancia.
De modo que, cuando después del mediodía, sin lluvia y con sol brillante, Juan Bautista Yayah se acomodó sobre la butaca, elevó la vista hacia el cielo, con una mirada indefinida que no daba pista alguna sobre su intención, yo me pregunté qué es lo que realmente nos esperaba. Igualmente podía estar invocando a Dios, a sus ancestros o simplemente zambulléndose en las profundidades de sus recuerdos, o de sus sueños. Era un hombre alto, ni grueso ni delgado, de edad incierta. De rostro agradable, barba y cabellos plateados por el tiempo.
Cuando empezó a hablar, sorpresivamente nos hizo sentirnos peregrinos; un grupo de diverso origen que llegamos a escucharle. Era un hombre de verbo fascinante, obviamente producto de una larga vida según nuestra primera impresión, con una experiencia “de muchas vidas”, dijo él. Nos invitaba a beber de su fuente, de su experiencia, y por los comentarios posteriores sé que todos nos imaginábamos entonces a su abuelo y al abuelo de su abuelo. Hablaba en realidad de sus ancestros, de la sabiduría de sus ancestros. Y comenzamos a sentir desde el primer momento que hablaba de nosotros.
Estaba allí, esperando que abriéramos la primera sesión. No nos dio un discurso, ni siquiera una introducción. Simplemente, al llegar, saludó y se sentó. Preguntó: ¿qué quieren saber? ¿Dónde empezamos?
Un compañero panameño fue el primero en hablar. Dicen que los panameños son bien extrovertidos, que le hablan a cualquiera con toda facilidad. Desde luego esto es un estereotipo, pues de seguro habrá panameños tímidos. Pero por lo pronto, el compañero confirmaba el estereotipo.
La humanidad no se puede dividir en razas, ya que las razas no son un hecho biológico, según los científicos.
—Abuelo –dijo, yo quiero saber algo muy sencillo. ¿Las razas existen? A mí me han dicho que no. Entonces me pregunto, si es así ¿qué somos nosotros? O será que del todo no existimos.
Una sonrisa aligeró las facciones del abuelo Juan Bautista. Alcanzó la jícara y tomó generosamente. Se hizo un largo silencio entre nosotros, mientras una especie de luz plateada parecía iluminar el corredor donde estábamos sentados. Luego habló.
JUAN BAUTISTA: sobre esto los científicos han venido diciendo que las razas no son un hecho biológico. Es decir, no se puede dividir a la humanidad en razas, desde el punto de vista de las ciencias naturales. La humanidad es como el espectro luminoso, es muy difícil decir aquí termina una raza y empieza la otra. Además, los indicadores usados para definir una raza se sobreponen. Existen de hecho los mestizos. Y hay aborígenes de Australia que tienen la piel negra y el pelo rubio o rojizo.
—Eso no puede ser –respondió el panameño. Eso es un invento de los blancos. Lo que quieren es invisibilizarnos de nuevo. Yo no me trago ese cuento.
Miramos al abuelo Juan Bautista esperando su reacción. No hubo en él enojo, ni compasión. Creo de veras que la ira no es fácil en los sabios. Surgió sin embargo la respuesta, amable, descarnada, sin asomo alguno de compasión ni de condescendencia, pero contundente.
JUAN BAUTISTA: joven, yo he estado en Australia. Los he visto. Hasta los misioneros creían que eran mestizos y los secuestraban para criarlos en las misiones, pues si eran mestizos, si eran resultado de una mezcla con blancos, tenían alma. A los aborígenes puros los consideraban bestias irredentas, sin alma. Y eso lo hacían todavía en la década de 1940.
En ese momento nuestra expectativa cambió. Hicimos un viaje tradicional en pos de una leyenda, pero las primeras palabras del abuelo Juan Bautista no eran palabras de leyenda. Evidentemente estábamos en presencia de una persona que había vivido intensamente sí, pero también había investigado sobre estos y otros temas y, lo sentimos: tenía miles de años de experiencia acumulados.
El panameño guardó silencio durante los siguientes dos días.
JUAN BAUTISTA: ciertamente el concepto “raza” no define un hecho biológico, aunque los biólogos y anatomistas estén entre sus principales creadores. Biólogos y antropólogos aportaron su parte, y les ha costado siglos admitir la mentira sobre esto de las razas. Sin embargo, siempre hemos sabido que las razas, desde el punto de vista social, son reales, como lo son sus consecuencias. Tu madre de piel negra recibe un trato desigual, aunque su cultura y nivel económico sea igual o superior a quien la discrimina. ¿No es cierto?
—Pues sí –acotó la afro chilena– a mi madre la identifican de lejos con solo verla. Aunque nos crean indios aymaras. Pero si yo me casara con un negro los hijos no me van a salir rubios, ni puedo tener chinitos con mi compañero negro.
JUAN BAUTISTA: bueno, veamos esto. ¿Dirían que cualquier ciudadano identificaría a una persona como de una raza igual o diferente a la suya, de conformidad con los parámetros existentes en su área cultural?
—Si se parece a mí, entonces sí –dijo la cubana. Pero no todos tienen los rasgos tan obvios.
JUAN BAUTISTA: ¿los rasgos?
—Los rasgos fenotípicos.
Desgraciadamente, las razas, desde el punto de vista social, son tan reales como sus consecuencias. Por ejemplo: cuando a alguna persona le gritan, de forma ofensiva, “negra” en la calle o a un joven lo meten a la cárcel sin motivo alguno, debido solo a su apariencia física.
JUAN BAUTISTA: eso es cierto. Existen rasgos fenotípicos grupales, familias fenotípicas, pero no constituyen razas humanas, son diferencias absolutamente superficiales. Por otra parte, algunos no aceptan el concepto ni siquiera como nomenclatura social. Dicen que el concepto es ambiguo y por tanto no es real. Pero, jóvenes, si la ambigüedad fuese un elemento suficientemente fuerte para descartar un concepto, jamás podríamos distinguir, por ejemplo, a un cristiano. Un católico mexicano no se parece mucho a un católico anglosajón. Igualmente, en el plano físico, ¿qué es una persona alta? La definición cambia de un pueblo a otro. Una persona alta en el territorio maya probablemente sea una persona muy bajita en Noruega.
—Buen punto –dijo el guatemalteco. La cosa no es fácil, mirá vos.
JUAN BAUTISTA: no, no es fácil. Nada fácil. Sin embargo, el problema es que observando la realidad hemos comprobado mediante estudios y la propia experiencia, que los conglomerados humanos, como en el caso de los descendientes de africanos, trascienden el término de raza. Es decir, la raza con toda su ambigüedad es un hecho social innegable, nos guste o no. La discriminación existe sobre esa base, se aplica aun sin asidero en las ciencias naturales. Es real. Cuando a tu madre le gritan “negra” o a tu padre no le dan trabajo, o a tu hermano menor lo meten a la cárcel por cualquier cosa, son reales sus consecuencias.
Todos asentimos.
El dominicano se puso de pie. Todos creímos que iba a retirarse, pues era evidente que estaba tenso, molesto por algo que no lográbamos entender los demás. Sacó de su bolsillo un pañuelo, más bien un pequeño paño y se secó la frente. Juan Bautista lo miró sonriente animándole a hacer la pregunta, como en un juego, invitándole a hacer su movimiento. Y el dominicano lo hizo.
—Si la madre de uno es indígena y el padre un mulato, y si tiene un abuelo alemán y una abuela china cuyo padre es español, ¿de qué raza es uno?
No pudimos contener la risa. Era una risita nerviosa, que de alguna manera nos exponía ante el abuelo Juan Bautista. Pues en el fondo muchos hemos pensado eso y a lo mejor, hemos renegado de uno u otro grupo para asociarnos al que tiene el poder, al de la clase más alta o bien a la mayoría.
Para aportar a la situación, el abuelo Juan Bautista utilizó la frase del guatemalteco, sonriendo e imitando el acento.
JUAN BAUTISTA: buen punto. La cosa no es fácil, ¡mirá vos! Es un asunto de identidad o de identidades que trasciende la tenue frontera de la diferenciación de las personas por rasgos fenotípicos.
Todos los días uno se encuentra con personas evidentemente afrodescendientes, pero digamos de piel bastante blanca y personas supuestamente blancas que en realidad son afrodescendientes.
En el caso indígena, por otra parte, hay pueblos que se identifican como indios, a pesar de sus evidentes rasgos fenotípicos afines a los pueblos africanos de la llamada África Negra. O el caso de los mestizos latinoamericanos que insisten en ser blancos, cosa que no creería ningún europeo blanco. De modo que el asunto no es fácil, ¡mirá vos! –repitió al abuelo Juan Bautista, logrando más risas y suspiros de alivio.
La mayoría de los mestizos latinoamericanos insisten en ser blancos, aunque los europeos blancos no los reconozcan como tales.
—Yo a veces me pregunto si… bueno ahora que usted habla de limitantes, ¿negar las razas no será una forma de racismo? Digo yo, pues durante tanto tiempo nos han metido el cuento de integrar una raza inferior, y ahora que nos ven solidarios, más unidos para luchar como grupo social, como grupo internacional, de repente nos dicen que las razas no existen –comentó la uruguaya.
JUAN BAUTISTA: voy a insistir en esto: objetivamente desde el punto de vista biológico las razas no existen. Hay familias fenotípicas, pueblos que comparten rasgos físicos semejantes, transmisibles de una generación a otra, pero no llegan a formar razas propiamente dichas. Por ejemplo, si tomáramos los ojos rasgados como propios de la raza oriental, o china, resulta que hay negros y blancos con ojos achinados.
Las características fenotípicas de una persona no necesariamente van a coincidir con su identidad, por eso en los censos se ha tenido que recurrir a la autoadscripción, es decir, alguien es blanco o negro, porque piensa que lo es.
De regreso a los limitantes… un problema en el uso del término raza para designar a los grupos humanos son los mestizajes. Cuando una persona declara que desciende de un abuelo italiano, una abuela china y que su padre es de ascendencia indígena y su madre una persona negra, es muy válido preguntarse cuál es su raza. Ahora, si la han creado como china, sus características fenotípicas no necesariamente van a coincidir con su identidad.
—Lo vemos con claridad en el censo –señaló el colombiano.
JUAN BAUTISTA: sí, se han censado las diversas poblaciones para aclarar si hay diferencias de derechos económicos o sociales, o disparidades en cuanto al acceso a la justicia. Si el sistema carece de datos para un diagnóstico real y para formular políticas públicas dirigidas a lograr una sociedad más equitativa, no se puede llegar a un cambio que genere mayor equidad. Por eso, se ha tenido que recurrir a la autoadscripción: es blanco o negro según alguien diga que lo es.
—Abuelo –intervino la costarricense, ¿no es cierto que lo correcto es hablar de etnias?
JUAN BAUTISTA: se puede hablar de etnia, pero no es un sinónimo de raza. El término raza, como hemos dicho, se refiere a los rasgos físicos. A partir de ellos se ha elaborado una doctrina que diferencia a las familias fenotípicas humanas; se exageran esos signos externos, hasta darles una trascendencia que no tienen; se supone incluso la existencia de diferencias esenciales entre las razas, en los planos espiritual, mental y emocional.
—Bueno, dijo el boliviano, yo siempre he oído decir que los negros tenemos una forma de ser diferente a la de otras razas. Ahora, si me quita lo de las razas, me quedaba lo de etnia, y ahora… pues estoy confundido.
JUAN BAUTISTA: raza y etnia no son equivalentes. Aunque no lo crean, la confusión nació de la misma UNESCO. En su afán por abolir el término, provocó más bien una mayor confusión, pues una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, y ante los efectos devastadores que el racismo había causado a la humanidad en la misma Europa, la UNESCO organizó una consulta sobre el tema. Allí, se planteó la primera declaración que intentó equiparar raza y etnia.
La doctrina que diferencia a las familias fenotípicas humanas exagera esos signos externos, hasta darles una trascendencia que no tienen. Se supone, incluso, la existencia de diferencias esenciales entre las razas, en los planos espiritual, mental y emocional.
Juan Bautista se agachó y sacó debajo de su asiento una caja de cartón. La abrió con parsimonia creando una gran expectativa en el grupo. Tomó un cuaderno de notas y tras buscar un rato, dijo “aquí está”. Cerró luego la caja, la volvió a su lugar, y se acomodó en el asiento. Leyó un texto en inglés:
“As it is common to make serious mistakes of this type in using in the current language the word race, it would be advisable not to use it when speaking about human races and to use the term ethnic groups.”
Esto lo tengo acá en The UNESCO Courier, vol. 3, nums. 6-7. Es decir, para los consultados en aquellos años, entre los cuales figuraban muy distinguidos antropólogos, era posible sustituir raza por grupos étnicos. El problema es que el término etnia se refiere más bien a los rasgos culturales comunes entre los miembros de un grupo, pero diferentes con relación a otros. Es decir, la etnia tiene que ver con la cultura, y no hay evidencia alguna de que sus marcadores se transmitan genéticamente. Corrigieron esto en una segunda declaración en 1978, en la cual la UNESCO aborda el asunto desde una perspectiva más amplia y correcta. Por aquí lo tengo –dijo–, y siguió buscando entre sus notas.
Desde lo alto de la loma en que estaba situada la casa de Juan Bautista, se escuchaba el sonido del mar, de vez en cuando interrumpido por el piar de algunas aves. Levanté la vista para contemplar la vegetación virgen, de intensos tonos de verde, las hojas agitadas tenue pero constantemente por el paso de la brisa. Más allá, a la distancia, tornasoles de agua azul. El abuelo continuó:
El término etnia se refiere a los rasgos culturales comunes entre los miembros de un grupo, pero diferentes con relación a otros.
JUAN BAUTISTA: aquí está. El propio artículo 1º se refiere a todos los seres humanos como nacidos con igual dignidad y pertenecientes a una misma especie y, por ende, parte integral de la humanidad. Esta declaración sí fue un gran paso adelante, al señalar de manera oficial que la humanidad pertenece a una misma especie… Pero no resolvió la cuestión de la terminología.
—¿Entonces, abuelo, estamos en el limbo? –preguntó el salvadoreño. Era extraño tener un salvadoreño con nosotros, pues se suponía que no había personas negras en ese país. Pero allí estaba el compañero, pelo grueso y lacio, boca y nariz anchas, piel morena, facciones indígenas. Su cuerpo construido como suelen ser los cuerpos africanos, con nalgas levantadas.
JUAN BAUTISTA: bien, dicho lo anterior, debo insistir en que el término etnia tiene limitaciones serias a la hora de aplicarlo a los afrodescendientes. Por ejemplo, en el caso de Panamá se adoptó el término “etnia negra” para designar a la diáspora africana. Pero allí se pueden distinguir con claridad dos grupos diferentes de afrodescendientes según su cultura: los de origen colonial, los que fueron traídos por los españoles y sus descendientes. Pero el otro grupo, llamado tradicionalmente “antillanos”, llegó a Panamá para la construcción del canal y el ferrocarril. Es decir, son migrantes El Caribe francófono primero y anglófonos después. Hay rasgos claramente diferenciados entre la cultura de los descendientes de estos trabajadores, y los del grupo colonial.
—Sí, mi madre es panameña –acotó el nicaragüense– y nos habla de esas cosas de chombo y no sé qué más.
JUAN BAUTISTA: pero es bien posible hilar más fino y encontrar diferencias “étnicas” regionales entre el mismo sector colonial. Las diversas comunidades negras tuvieron experiencias diferentes y se dieron claros mestizajes culturales con los diferentes grupos indígenas con quienes entraron en contacto.
—Disculpe, abuelo –se animó a hablar la hondureña– yo en los Estados Unidos viajé muchas millas para ir a comer gumbo. ¿Y sabe una cosa? Era la sopa que hacía mi abuelita en casa. Era casi lo mismo, solo que no se llamaba gumbo. Entonces si somos de diferentes etnias, ¿cómo se llama eso?
JUAN BAUTISTA: bien, a eso quería llegar. Los antropólogos se han negado a darle un nombre a eso. Se podría llamar una pan etnia. Tiene razón, es innegable que estos dos sectores poseen, a pesar de su historia específica, grandes cosas en común, solo explicables por el hecho de que provengan de una misma matriz cultural originaria. Esto nos lleva a la pregunta planteada antes. Si no somos raza ni etnia, ¿qué somos?
—A ver si entendimos bien –acotó el mexicano. A ver si entendimos bien. No somos una raza ni somos una etnia, ¿entonces?
Era un hombre de mediana estatura, de la Costa Chica de México. Tenía facciones asociables con los indígenas del centro de ese país, sin embargo, su pelo era claramente afro, aunque en los comentarios de la noche anterior, en la ceremonia de recepción, consideraba que su pelo era chino. Remembranzas de la colonia cuando, en la Nueva España, un cuarto negro y tres cuartos indígena era pertenecer a una casta china. O a lo mejor, herencia de los negros que vinieron de Filipinas a Acapulco.
JUAN BAUTISTA: no he dicho que desde el punto de vista social no seamos una raza. Digo que somos más que eso, algo más: nos une mucho más que los rasgos típicos de nuestro soma. Entonces en este sentido el concepto de etnia resulta un poco estrecho, constituimos más bien una especie de pan etnia.
—Abuelo, abuelo, no nos abrume, por favor–dijo en tono suplicante el ecuatoriano. Y eso de ser pan etnia, no sé…
JUAN BAUTISTA: bueno, hemos llegado al punto clave. ¿Tenemos un conflicto de identidad o no?
Mientras la mitad de nosotros asentía, dándole la razón al abuelo, la otra mitad tenía un enorme signo de perplejidad dibujado en sus rostros.
JUAN BAUTISTA: la discusión entre raza, etnia y clase, tiene relación con la identidad. La identidad entendida como la imagen de una persona, grupo o comunidad sobre sí mismo. Define al uno frente a todos los otros. Define mi colectividad como entidad separada e independiente de los demás. Es pues, auto percepción y sentido de pertenencia. ¿Comprenden el punto?
—Sí –respondió la puertorriqueña– eso es fácil de entender. El punto es cómo llegamos a identificarnos. ¿Cuál es el mecanismo?
JUAN BAUTISTA: la identidad puede ser impuesta, es decir, el quien soy puede ser una categoría externa, que por lo general resulta de la propia definición del otro. El concepto no blanco, por ejemplo, divide a la humanidad en blancos y no blancos y solo se comprende desde el punto de vista de la cultura blanca occidental. Por otra parte, la identidad también puede ser asumida, en tanto la definición y los elementos originalmente atribuidos por el otro, sean tomados por la persona o grupo definido como propios y los llegue a considerar efectivamente suyos. A partir de allí se actúa en función de tales consideraciones; para bien o para mal, con orgullo o con pena. Finalmente, la identidad puede ser autogenerada, puede venir de las consideraciones que la propia persona o comunidad hayan definido en el proceso de construcción de una imagen adecuada de sí mismos.
Se puede entender la identidad como la imagen que una persona, grupo o comunidad tiene sobre sí misma.
—En el caso nuestro –observó en un español medio chapuceado una hermosa mujer de piel negra de los Estados Unidos– identidad negra es raza, es pura raza. Aunque también cultura, pura cultura. Usted ha dicho que raza no es categoría biológica, pero los rasgos que forman parte de raza distinguir un grupo de otro. Nosotros transmitirlos genéticamente. Antes que por cultura yo ser una negra por mi piel. Y mi piel viene de mis padres. Ellos no escogieron este color para mí y no me hubieran podido nacer china.
Los elementos usados para distinguir la raza negra fueron determinados socialmente.
Nos echamos a reír por la forma picaresca, pero a la vez contundente, en que hablaba la norteamericana. Ella insistía en identificarse como negra y no aceptaba ninguna otra denominación. “Eso es lo que yo ser” había afirmado la noche anterior para luego agregar que no quería ser nada más.
JUAN BAUTISTA: primero, Sutsy, quiero felicitarte por tu español. Hablas mucho mejor español ahora y si sigues así pronto nos vas a estar dando clases. Yo en cambio no logro mucho con mi inglés.
SUTSY: abuelo, hablas mucho bien.
JUAN BAUTISTA: lo intento, Sutsy –parecía estar familiarizado con ella–, pero hablábamos de la selección de los elementos usados para distinguir la raza negra. Estos fueron socialmente determinados, la sociedad decidió los elementos físicos para definirla: la nariz, el color de los ojos, el pelo, la piel. La perversidad del asunto es que escogieron rasgos transmisibles de una generación a otra para terminar de confundirnos.
—Pero el ser humano siempre clasifica. No es cosa nueva ser diferente –comentó la canadiense.
JUAN BAUTISTA: en eso tiene razón. La idea de agrupar a los conglomerados humanos de alguna forma no es nueva. Ya los antiguos egipcios agrupaban a la humanidad en cuatro familias: la negra, la amarilla, la blanca y la egipcia. Ahora, si a partir de nuestra visión actual, se hace una revisión iconográfica del Egipto antiguo, cuesta entender esa clasificación, pues siendo los habitantes originarios de Kemet (Egipto) de piel oscura, no hay rasgos biológicos bien diferenciados para considerarlos una raza diferente de los demás africanos de la época. Sin embargo, ellos se consideraban una raza aparte.
Estamos ante la cuestión central: ¿es el color de la piel suficiente para establecer la identidad de un pueblo o conjunto de pueblos? Ronald Hubbard el creador de la dianética, sostiene que la vida obedece a una gran ley universal, la de sobrevivir. Ese es el mínimo común denominador de toda la existencia. Dicha ley se manifiesta en el ser humano, como impulsos que él llamó dinámicas: el impulso a sobrevivir como individuo, el impulso a sobrevivir por medio de los descendientes, el impulso a que los grupos sobrevivan y a sobrevivir en ellos y el impulso a que la humanidad sobreviva y a sobrevivir como parte de ella. Con base en estas ideas y en que no hay prueba alguna de una huella genética de la cultura, es claro que las fronteras nacionales, religiosas, geográficas, lingüísticas y culturales, no siempre coinciden con los grupos raciales. Por tanto, pienso que estamos ante la fragua de un pueblo nuevo. Pero si les parece, esta cuestión la discutiremos mañana. Estoy cansado, ya no tengo la misma energía de ustedes.
El resto de la sesión de se fue en fotos. Todos querían retratarse con él. Unos para impresionar a sus novias o novios, otros a sus compañeros de trabajo, y los más, que las guardarían para mostrárselas a sus nietos.
Luego, nos fuimos a comer.