Apenas alcanzamos a llegar, antes de que Juan Bautista entrara, a lo que descubrimos era una conferencia magistral, abierta a la comunidad local. El maestro de ceremonias se lució, presentando la hoja de vida del maestro, en sus palabras, “del gran maestro negro de nuestro país”. El salón que estaba repleto de personas de todas las edades, incluía a estudiantes de secundaria y sus profesores. En una esquina del salón, como queriendo pasar desapercibido, estaba sentado el cura, cuyo esfuerzo de anonimato fue inútil dado su cuello clerical y las deferencias de la gente. Pierre hizo todo lo posible por acercarse a él y saludarlo.
Juan Bautista comenzó diciendo que las palabras del maestro de ceremonias lo ruborizaban, pero que una de las ventajas de ser negro era el hecho de que nadie lo notaría. El público se rio de buena gana, estableciendo de inmediato una conexión vital, una afinidad sustentante.
Grabé la charla y la transcribo:
“Cuando en 1492 Cristóbal Colón, en su ruta a Oriente, se encontró con las islas El Caribe, dio comienzo una nueva era para la humanidad. Uno de los aspectos más problemáticos de ese llamado descubrimiento, fue el encuentro con los indígenas. Ese descubrimiento dio lugar a un intenso debate en Europa, puesto que no se tenían noticias de la existencia de los pueblos americanos. Las naciones, tribus y comunidades étnicas de la Biblia son aquellas que tenían alguna relación con las grandes civilizaciones de Egipto y Babilonia, y por tanto, con los judíos que fueron sometidos a diferentes formas de servidumbre por esos pueblos. La experiencia europea era fundamentalmente con África y el Medio Oriente, y en menor medida con Asia. De modo que fue motivo de gran desconcierto encontrarse de pronto en presencia de pueblos hasta entonces totalmente desconocidos para ellos. La pregunta genérica fue: ¿Los indios eran o no descendientes de Adán y Eva? No estaban mencionados en la Tabla de Naciones de La Biblia.
Cuando Colón llegó a América se encontró con los indígenas, ese descubrimiento dio lugar a un intenso debate en Europa, donde se preguntaban si los indios eran o no descendientes de Adán y Eva.
Así comienza a desarrollarse por primera vez en la historia humana, la doctrina del racismo tal cual la entendemos hoy. La que hemos denominado racismo real doctrinario, para distinguirlo históricamente de discriminaciones étnicas y de teorías pseudo racistas inventadas para atenuar la responsabilidad histórica de esta creación de la civilización occidental.
El racismo real doctrinario resulta ser un proceso de sobre valoración, supresión y minusvaloración de los grupos humanos, basado en criterios fenotípicos socialmente seleccionados.
El escritor Blackburn, en un libro editado por Berel Lang, insiste en que el concepto de raza no es biológico. Ciertamente el término raza ha sido objeto de muchas definiciones. Sin duda, es un concepto cargado de una mala historia. La palabra procede del italiano razza y significa familia o grupo, término que, a su vez, procede del árabe “ras” indicativo de linaje o descendencia. El concepto fue construido socialmente, pero los marcadores son fenotípicos y, por tanto, transmisibles de una generación a otra. Esa es parte de la perversidad del concepto.
Por raza se ha entendido muchas cosas a lo largo de la historia. Pero el término, tal como se utiliza en esta exposición, se refiere a las diferencias físicas existentes entre grupos de seres humanos, tales como la forma de los ojos, el color de la piel, o la forma del pelo. Estas características no surgen espontáneamente en los diversos grupos humanos. Más bien constituyen un conjunto de marcas distintivas de un grupo con un origen territorial común y que se desarrollan como subproductos de procesos de adaptación a diferentes entornos. Hoy resulta incontestable que esos marcadores se trasmiten genéticamente.
El racismo real doctrinario es un proceso de sobre valoración, supresión y minusvaloración de los grupos humanos, basado en criterios fenotípicos socialmente seleccionados.
Ahora bien, el hecho de que el concepto no tenga fundamentación biológica, no implica que las razas no existan. Los conceptos construidos socialmente son reales –la Iglesia Católica es una construcción social y es real. El estado uruguayo es una construcción social y es real, como reales son las consecuencias derivadas. El punto no es ese. El racismo real que se desarrolla durante el periodo de expansión colonial europea, es único en la historia de la humanidad. Estableció a partir de su concepto de raza una jerarquía universal de grupos humanos, atribuyendo valor intelectual, emocional y moral a dichas diferencias. Al final, la raza blanca fue definida como la raza superior y las otras pasaron a ocupar lugares de subordinación en la escala.
El Papa Nicolás V (1447-1455) dio los primeros fundamentos de racismo doctrinario, cuando lanzó una directriz que daba la libertad a los europeos de “atacar, someter y reducir a la esclavitud perpetua a los sarracenos, paganos y otros enemigos de Cristo al sur del Cabo Bojaoor”
Los primeros fundamentos del racismo doctrinario, vienen del Papa Nicolás V (1447-1455) quien, a raíz de la exploración de la costa africana por parte de los portugueses, lanzó una directriz que dejaba en libertad a los europeos de “atacar, someter y reducir a la esclavitud perpetua a los sarracenos, paganos y otros enemigos de Cristo al sur del Cabo Bojaoor” incluyendo toda la costa de Guinea, sea la costa africana que estaban explorando los portugueses. El segundo fundamento la dio también un religioso. Esta vez, el fraile español Juan Inés de Sepúlveda, quien proveyó la justificación doctrinaria para la conquista. Propuso lo que llamó justos títulos. Justifica a los españoles en su conquista de América, argumentando que los indios son esclavos naturales, y unos salvajes que padecen de infantilismo crónico. De ahí en adelante, las ciencias naturales y sociales tomarán la batuta.
Y es que, en las cortes europeas, el llamado descubrimiento de América dio lugar a dos corrientes teóricas encontradas. Una de ellas fue la tradicional noción de que todos los seres humanos venían de un mismo tronco común (Adán y Eva). La otra, surge en el seno de las incipientes ciencias sociales, cuando los teóricos del momento alegaron que el indígena tenía un origen diferente al de los demás humanos.
El fraile español Juan Inés de Sepúlveda proveyó la justificación doctrinaria para la Conquista, justificó a los españoles al argumentar que los indios eran esclavos naturales y unos salvajes que padecían de infantilismo crónico.