Pasada la euforia de la independencia, hacia fines del siglo XIX, las élites latinoamericanas se enfrentaban a una realidad difícil de aceptar: la creciente pérdida de sus ventajas relativas en el mercado internacional, frente al desarrollo abierto y boyante de sus vecinos del norte. Se dieron a la tarea de elaborar una explicación satisfactoria, algo que no pusiera sobre sus propias espaldas la responsabilidad en términos por ejemplo de su incapacidad. Echaron mano, así, de lo que estaba aceptado socialmente, haciendo eco de las teorías racistas en boga.
Jan Ernst Mazeliger (1852-1889), nació en Paramaribo, actual Surinam y fue el inventor de la máquina que hizo posible la industrialización de los zapatos, en 1882.
En el sur, el periódico chileno El Mercurio, al exponer la conveniencia de la invasión francesa a México, resumía genialmente el pensamiento latinoamericano de aquella época:
“Hay americanos de raza indígena, americanos de raza africana y americanos de raza europea. Fueron los últimos los que fundaron la civilización en América. Los indios y los africanos la rechazaron siempre y por sus instintos bárbaros obstaculizaron los esfuerzos de la raza blanca para imponerla" (El Mercurio, 7 de agosto de 1863, citado por Fernández Retamar, en Casa de las Américas, n.º 102, p. 44).
Elijah McCoy (1844-1929), inventor estadounidense, creó el dispositivo que permitió la lubricación continua de los trenes en 1872. Además, este prolífico creador patentó otras 56 invenciones en Estados Unidos.
Y el intelectual Carlos Bunge, imbuido en la ideología de los textos europeos, que habían llegado a blanquear a los egipcios antiguos y eliminar de la historia a Cush, Meröe y las otras civilizaciones negro africanas, e ignorando a sus contemporáneos afromestizos Jan Mazeliger, de origen suramericano, inventor de la máquina que hizo posible la industrialización de los zapatos (1882); Elijah McCoy (1872) quien inventó el dispositivo que permitió la lubricación continua de los trenes (antes tenían que parar cada tanto para tales efectos) y Garret Augustus Morgan, quien en 1923 patentaba su invento del semáforo, osaba afirmar que el negro “hasta hoy, en ningún clima y bajo ningún gobierno… ha prestado a la humanidad servicios de clase intelectual y directora” (Anglarill, 1994).
Garret Augustus Morgan (1877-1963), inventor y líder comunitario, patentó su invento del semáforo en 1923.
Con esa visión, las élites latinoamericanas comenzaron a construir los estados nacionales, recurriendo a un conjunto de estrategias diferentes. Adoptaron casi como una religión la dicotomía civilización-barbarie, las élites latinoamericanas luchaban desesperadamente por estar en lo que llamaban el “concierto de las naciones civilizadas". Pero se encontraban con el rechazo sistemático de los europeos. Es decir, tenemos una situación de identidad aspirada por unos y rechazada por otros.
“5 personajes afroamericanos que cambiaron la historia actual” de Javier Bravo
William Walker, el filibustero invasor de Centro América, describía en 1856 a los centroamericanos como “una raza mixta, degenerada, disfrazada de blanca”. De ahí la justificación de su derecho manifiesto:
"Sólo los idiotas pueden hablar de mantener relaciones estables entre la raza americana, pura y blanca, y la raza mezclada indo-española, tal y como existe en México y Centroamérica" (Citado por Leopoldo Zea, Revista Universum, año 12, 1997).
William Walker, el filibustero invasor de Centro América, describía a los centroamericanos como “una raza mixta, degenerada, disfrazada de blanca”, en 1856.
A pesar de la opinión de Walker, en Costa Rica, la consideración de la superioridad europea tuvo eco en el más destacado científico costarricense de la primera mitad del siglo XX, Clodomiro Picado, quien le dirigió una carta pública al historiador Ricardo Fernández Guardia, llamando la atención sobre un peligro de enormes proporciones para el país:
"¡Nuestra sangre se ennegrece!, y de seguir así, del crisol no saldrá un grano de oro sino un pedazo de carbón. Puede que aún sea tiempo de rescatar nuestro patrimonio sanguíneo europeo que es lo que posiblemente nos ha salvado hasta ahora de caer en sistemas de africana catadura” (Diario de Costa Rica, 20 de mayo de 1939).
Pero también se desarrolló una tremenda etnofobia. Francisco Cruz (1820-1895), Director de Estadísticas de Honduras, haciéndose eco de Pieter Camper afirmaba con total convicción que “los negros tienen el cráneo más pequeño que las otras razas… son (por tanto) más propicios al idiotismo que a la locura”.
Los mestizos habían luchado siempre por ascender en la escala social, por lograr ser parte del estamento superior. Las luchas por la independencia, las guerras y otros conflictos locales les fueron dando el poder necesario para hacerlo. Así, en Costa Rica, mientras el último censo español señalaba una minoría blanca, el primer censo costarricense, por el contrario, puso a los blancos en mayoría. Las élites centroamericanas recurrieron a una estrategia de blanqueamiento donde fuera posible, sea por decreto o por el estímulo de la inmigración. En los contextos en que el blanqueamiento resultaba dudoso, dado al color muy moreno de la piel, se acudió al cromicidio o ceguera racial. Darío Euraque señalaba que Francisco Ferrera, presidente de Honduras (1841-1847), clasificado como pardo en su partida de nacimiento, fue el principal impulsor de la ceguera cromática. La filiación racial de otro presidente afrodescendiente de Honduras, don Manuel Bonilla (1903) oriundo de Olancho, ha sido ocultada celosamente por algunos historiadores.
En Costa Rica, el último censo español señaló que vivía una minoría blanca, pero el primer censo costarricense, por el contrario, registró que la mayoría de los habitantes eran blancos.
Todo lo anterior devino en una tremenda endofobia, es decir, en la negación y rechazo por parte de las élites latinoamericanas de su herencia etnoracial. Carlos Octavio Bunge, al referirse a la composición psíquica de las razas decía “los españoles nos dan la arrogancia, indolencia, decoro; los indios, fatalismo y ferocidad; los negros, servilismo, maleabilidad” pero como las tres razas se han mezclado se nota en el hispano mestizo “cierta inarmonía psicológica, relativa esterilidad y falta de sentido moral” (Nuestra América, citado por Devés Valdez, 2000: 71).
“¿Alguna vez un negro ha inventado algo?” de Yves Antoine
En concordancia con esas ideas, el escritor Salvadoreño Salvador Mendieta escribía a principios del siglo XX sobre los “síntomas morbosos” del centroamericano. Tildaba a los suyos de debilidad física, pereza, falta de iniciativa, lujuria, en fin, lo peor de lo peor.
La endofobia (del prefijo griego ἐνδο 'dentro' y del sufijo, también griego, φοβία 'temor') es la propensión a minusvalorar lo propio.
Estas ideas pueden identificarse también en la narrativa centroamericana. Por ejemplo, en los trabajos de autores como Manuel Argüello Mora (costarricense), "El martirio de una niña de cinco años en Matina", transcrito en Duncan, El negro en la literatura costarricense; Paca Navas (guatemalteca), Barro, 1951; Alberto Ordoñez Argüello (nicaragüense), Ébano, 1955, los personajes son negrofóbicos, llegando al extremo de la autoanulación, del autosacrificio por el bien del “blanco”, para quien solo desean felicidad. Por lo general son personajes físicamente repugnantes, ignorantes, y toscos, con impresionante vocación servil. Mientras cantan loas a la superioridad blanca, subsisten excluidos de toda consideración ética, etiquetados como supersticiosos, malos, corruptos, bestias primitivas, con danzas de la jungla, borrachos, ladrones, asesinos y violadores de mujeres blancas.
Llama la atención que estas ideas endofóbicas, fuesen las dominantes de la época, a pesar de que en la mayoría de las familias más importantes de la élite económica y política centroamericana había una fuerte veta de afrodescendientes.
Los sucesivos gobiernos de Costa Rica fueron consistentes al dictar legislación racista. Desde los mismos comienzos de la república, en la primera constitución política del país, documento conocido como Ley de Bases y Colonias de 1862 se prohibía la inmigración de "las razas africana y china" mientras en cambio se establecía un fondo para inmigrantes europeos y se autorizaba al gobierno a conceder de 10 a 20 manzanas de tierra por cada familia (blanca) inmigrante.
La legislación contra los negros y chinos fue reiterativa en leyes y decretos de 1891, 1892, 1893, 1904, 1942, para citar solo algunas fechas. En 1891, al firmarse un contrato con Smith y Cooper, para la construcción y explotación del Ferrocarril al Pacífico, se prohibió expresamente la introducción de asiáticos y negros. "Es entendido que el concesionario no introducirá gente de raza asiática para los trabajos en la línea férrea, ni asiáticas o negros para labrar o colonizar las tierras que se le otorgan" (decreto IV, artículo 18, 25-11-1891).
En Costa Rica, en la primera constitución política del país, documento conocido como Ley de Bases y Colonias de 1862, se prohibía la inmigración de "las razas africana y china".
Igual previsión en relación con los negros se toma al autorizar a Antonio Maceo y Grajales, el héroe de las luchas por la independencia de Cuba, traer al país hasta 100 familias cubanas para la colonización de Nicoya (provincia de Guanacaste). En el artículo primero de ese contrato, se establece que deben ser de raza blanca o mestiza. En este caso es curioso la ironía de la cuestión dada la condición de mulato de Maceo (Contrato VIII, 13-5-891).
Al establecerse en 1892 el Banco Agrícola para la Colonización de Costa Rica, se prohibió la inmigración de "mendigos, inválidos, criminales, asiáticos y negros."
Pero la firma de un contrato ley con don Francisco Mendiola Boza en 1893 es quizás el documento que mejor refleja la conducta del estado, fiel expresión de la mentalidad del sector dominante. En efecto, en este contrato don Francisco se comprometía a traer españoles para la colonización de una de las regiones del país. No le bastó al gobierno de turno exigir como era lo acostumbrado que los inmigrantes fuesen "de raza blanca" sino en el colmo de su visión racista exigió que tales colonos fuesen de las provincias del norte de España, evidentemente temeroso de la "contaminación" morisca. (decreto V, 6-2-1892).
Con motivo de la construcción del ferrocarril, el estado costarricense toleró la presencia masiva e ilegal de afrocaribeños. Entonces no había Sala Cuarta, sino alguien hubiese impugnado y no se hubiera podido construir en ese momento el ferrocarril.
En la misma línea de acción, en 1934 al verse obligada la Compañía Bananera a trasladar sus operaciones al Pacífico por problemas con las enfermedades del banano, de nuevo el estado costarricense mostró su posición tajante. En efecto, los diputados del Congreso Nacional de todas las tendencias políticas, aprobaron una moción de Otilio Ulate Blanco y la convirtieron en ley, esta prohibía al negro trasladarse con la Compañía a la zona sur (artículo 5º, ley 31, 1934).
“¿Por qué no se debe utilizar el término 'negro' para una persona de piel negra?” en Notimérica, Europa press.
Y puede observarse la consistencia de esa política racista, si tomamos en cuenta que en fecha tan reciente como en 1942, el Reglamento de Migración en sus artículos 41, 42 y 44 definía como indeseables a los negros, los chinos, los sirios, los gitanos, los delincuentes prófugos y a los locos.
Esta ley, junto con otras disposiciones discriminatorias, fue derogada por la Junta Fundadora de la Segunda República en 1948, mediante el decreto n.º 826.
Después de 1948 todo comenzó a cambiar, pero la situación no fue fácil. De hecho, el racismo se encontraba enquistado en los órganos del estado y, de hecho, en algunos casos era un racismo doctrinario.
En 1942, el Reglamento de Migración en sus artículos 41, 42 y 44 definía como indeseables a los negros, los chinos, los sirios, los gitanos, los delincuentes prófugos y a los locos.
El decreto ejecutivo del gobierno de don Mario Echandi, que institucionaliza el 12 de octubre como Día de la Raza, es un magnífico ejemplo del espíritu de la época. Ese misma esencia privó, a tal punto, que fue recogida y promulgada como ley 4169, el 22 de julio de 1968. En ese decreto el legislador ordena que los actos conmemorativos deberán enfatizar el “sentido misional” de la colonización española, “la obra civilizadora” de los misioneros entendida como encauzamiento dentro del cristianismo, “la obra educadora” asociada con escuelas de educación popular y centros universitarios “los nobilísimos ideales de Isabel la Católica” el “profundo sentido democrático” de la vida municipal instituida por los conquistadores y, aunque cueste creerlo, es textual la cita:
“El resultado de la Colonización en lo que atañe a la elevación espiritual de los aborígenes, su educación para una vida mejor y el desarrollo económico del Continente” (artículo 2º, inciso f)
Un año antes en 1967, Costa Rica inició la firma y ratificación de los instrumentos internacionales de mayor relevancia asociados al tema y fue derribando la legislación racista. Entonces, por una parte, hay que reconocer que la posición del estado que comenzó a dar un importante viraje, a pesar de esta contradictoria enunciación de la ley. El Ejecutivo firmó la Convención Internacional que elimina toda forma de discriminación racial, derogando las restricciones de ingreso de extranjeros por razones de su raza o color y, en 1968, el diputado negro Carl Neil, logró la promulgación de la ley 4230 que prohíbe la discriminación en centros de diversión, hoteles y afines (reformada, luego, por la ley 4466).
“Afrodescendientes destacados a nivel internacional” de LUNDU, Centro de estudios y promoción afroperuanos