Diversidad y educación
La aparición de la LOGSE (1990) ha propiciado el respeto a la tolerancia. El desarrollo de capacidades de cooperación, responsabilidad moral y solidaridad como manifestación de un espíritu no discriminatorio hacia la diversidad propuesto en los objetivos de la enseñanza obligatoria, así lo demuestran. Esto justifica que alumnos con diferentes capacidades, lenguas, culturas o motivaciones puedan compartir experiencias en su escolarización que propicien su integración social y laboral.
Esta ley ha introducido el ordenamiento jurídico del concepto de necesidades educativas especiales (n.e.e.) como alternativa al de deficiente, disminuido, discapacitado o minusválido. Con esta expresión se pretende reforzar la idea de que ante cada alumno en desventaja es necesario decidir caso a caso las ayudas específicas que precisa en el contexto concreto en el que está ubicado, para que pueda acceder al currículo establecido. De esta forma y en continuidad con los planteamientos del Real Decreto 334/1985, la LOGSE contempla como objetivos de la educación de los alumnos con n.e.e. los mismos que para el resto del alumnado, al tiempo que establece el principio de adecuación o adaptación de las enseñanzas a las características de éstos (art. 3).
No son, por tanto, los alumnos con dificultades quienes tienen que adaptarse o "conformarse" a lo que pueda ofrecerles una enseñanza general planificada y desarrollada para satisfacer las necesidades educativas habituales de la mayoría del alumnado, sino que es la enseñanza la que debe adecuarse al modo y manera que permite a cada alumno progresar en función de sus capacidades y con arreglo a sus necesidades sean especiales o no (Arnaiz, 1995). De ello se deriva la adaptación o adecuación del currículo y de las enseñanzas que responden a la diversidad del alumnado escolarizado en centros de Educación Primaria, Secundaria Obligatoria, Bachillerato y Formación Profesional, Formación Profesional adaptada y escolarización en centros de Educación Especial.
Sin embargo, dar la bienvenida a los alumnos con dificultades que llegan a un centro no es un acto generalizado, ni probablemente la presencia de alumnos con discapacidades esté constituyendo un importante reto para el profesorado que se traduzca en el cambio de sus prácticas. Por esta causa, el movimiento de la inclusión, recientemente aparecido (Stainback, 1999; Vlachou, 1999; Grau Rubio, 1998; Arnaiz, 1996), está insistiendo cada vez más en la idea de los centros en cuanto comunidades de acogida de todos los alumnos y, especialmente, de aquellos con dificultades.
Los centros educativos que se definen como una comunidad que no excluye a nadie se organizan de manera que todos los alumnos que llegan al centro (tengan o no n.e.e.) se sientan acogidos, aceptados y apoyados (Stainback y Stainback, 1999), recibiendo la respuesta educativa más acorde a sus necesidades. En estos centros, al valorar la diversidad, se respetan las capacidades de cada alumno y se considera que cada persona es un miembro valioso que puede desarrollar distintas habilidades y desempeñar diferentes funciones para apoyar a los otros. Así, nadie es rechazado, ningún alumno es segregado porque se resalta lo que tiene de positivo en lugar de etiquetarlo por su dificultad. De esta forma, la autoestima, el orgullo por los logros, el respeto mutuo, el sentido de pertenencia a un grupo y la valía personal son valores que están implícitos en el centro y en cada una de las aulas, fomentándose el sentido de comunidad: "Una ... aunténtica comunidad es un grupo de individuos que han aprendido a comunicarse entre ellos con sinceridad, cuyas relaciones son más profundas que sus apariencias y que han establecido un compromiso significativo para, como según indican ellos: divertirnos juntos, llorar juntos, disfrutar con los otros y hacer nuestras las situaciones de los demás" (Flynn, 1989, 4).