Globambiente

La sombra mineral de la energía limpia: Cómo la transición ecológica puede profundizar la injusticia global

Plantel minero, fuente Tyna Janoch. Licenciamiento libre, tomado de Pixabay.com

La imagen que se propone es poderosa: autos eléctricos deslizándose silenciosamente por ciudades limpias, techos cubiertos de paneles solares, enormes turbinas eólicas girando en campos verdes. Así muchos imaginamos el futuro sostenible, no obstante hay algo que esta visión no muestra y que ocurre a miles de kilómetros de distancia, en las minas de litio de los Andes, en los túneles polvorientos del Congo o en la selva amazónica de Brasil.

Ahí, en el otro extremo de la cuerda, hay comunidades que no conocen de carros Tesla ni de energías renovables, pero viven las consecuencias de este sueño verde. Me refiero a los grupos de personas en el sur global que extraen los minerales raros que mueven al mundo limpio, pero viven entre aguas contaminadas, ecosistemas arrasados y promesas vacías.

Energía limpia pero huellas sucias (y profundas)

Existen múltiples investigaciones, como la de Rafael Almeida y Mark Jackson que abordan la llamada transición energética (entiéndase como el paso global de combustibles fósiles a fuentes renovables) la cual depende, intensamente, de elementos como el litio, cobalto, níquel y otros minerales de tierras raras, componentes indispensables de las baterías de los autos eléctricos o de los teléfonos inteligentes, ni tampoco hardware informático, materiales para construcción, equipo militar, o hasta materiales de construcción.

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La historia no es tan limpia como parece. En países como Bolivia, Argentina y Chile, la extracción de litio consume millones de litros de agua en zonas desérticas donde las comunidades indígenas ya enfrentan escasez hídrica (ya en otro artículo habíamos hablado de la huella hídrica). En el Congo, África, el 70% del cobalto mundial se extrae en condiciones precarias, muchas veces por niños que excavan sin protección a cambio de unos pocos centavos.

Es un sacrificio silencioso por un planeta sostenible. ¿Pero sostenible para quién?

La nueva fiebre del oro ¿Puede repetirse el pasado?

Los países industrializados (los mismos que se abordan en el libro Globalización y Ambiente de Cambronero como Estados Unidos, Japón, Alemania, Italia, Francia, Reino Unido y otros), conocidos como países del Norte global, donde se diseñan las políticas para «enfrentar al cambio climático», se giran directrices para las tecnologías y los compromisos de descarbonización, consumen la mayor parte de estos minerales, sin embargo no cargan con los impactos de su extracción, es decir, con las consecuencias ambientales y sociales de su extracción; eso, por otra parte, lo hace el Sur global (países del tercer mundo con recursos naturales de interés), que queda con las cicatrices en la tierra (y en el alma)

Almeida y Jackson proponen una reflexión respecto a la transición energética desde una perspectiva de justicia social a nivel global. “No se trata solo de cambiar la fuente de energía, sino de cambiar quién decide, quién gana y quién paga”, señalan lo autores. Pues, si la transición verde repite las viejas lógicas coloniales de despojo, explotación e indiferencia silenciosa, no será justa; será, simplemente, otra una forma de neoextractivismo, aunque con mejor imagen de marca.

Y es que existen gobiernos que están dirigiendo sus políticas hacia la apropiación de estos minerales, como Estados Unidos. Hay una nueva fiebre del oro, ahora por los minerales de tierras raras, según el documental de Arte.TV.

En esta nueva fiebre, no solo los pobladores del Sur global se ven afectados, sino sus recursos naturales y también el patrimonio mundial, incluyendo los fondos marinos de ultramar. En ese sentido, existen interesantes artículos que explican la riqueza que contienen algunos fondos marinos de minerales raros, como el de la periodista Gabriela Ramírez de la BBC titulado Minería en aguas profundas: ¿Una solución o un problema más para nuestros océanos?

La globalización energética está creando un nuevo mapa de poder. El Norte global diseña e impone la hoja de ruta hacia una economía descarbonizada pero delega al Sur Global el peso de extraer, procesar y pagar los costos sociales y ambientales de los materiales que alimentan esa transición.

Datos curiosos, pero preocupantes

  • Una batería de auto eléctrico puede requerir más de 60 kg de minerales críticos.
  • Se estima que en 30 años se extraerán más minerales que en toda la historia de la humanidad.
  • Muchos pueblos indígenas nunca fueron consultados antes de que iniciaran las operaciones mineras en sus territorios.
  • Algunas tecnologías verdes dependen de procesos altamente contaminantes, especialmente en el refinado de tierras raras.
  • China, aunque no tiene la mayoría de reservas de tierras raras, domina más del 80% de su procesamiento. Esto crea una nueva dependencia geopolítica global.
  • Ucrania tiene alto potencial de reservas de este tipo de minerales, una de las razones por la que se está gestando la guerra con Rusia.

¿Cómo lograr un futuro limpio sin ensuciar el presente?

Esta es una gran pregunta, y aunque el panorama pinta complicado, es posible realizar la transición de manera menos agresiva y desigual, por ejemplo, la implementación de tecnologías que usen menos minerales, que puedan reciclarse, repararse, y no dependan del abuso ambiental, basarse en procesos de economía circular, extrayendo menos y reutilizando más (muchos de los componentes electrónicos que se desechan tienen un alto contenido de minerales que pueden aprovecharse nuevamente).

Debe solicitarse a las empresas y a los gobiernos una mejor transparencia de sus procesos, mejorando la trazabilidad de sus materiales, rastreando de dónde vienen los minerales, quienes los extraen y bajo qué condiciones. Debe haber una política de trazabilidad ética más robusta.

La puesta en marcha de procesos de justicia ambiental en la que las comunidades tenga voz y voto real y equitativo en los proyectos de neoextractivismo, como el de la minería, y se generen insumos para beneficiar a las comunidades locales y compensaciones ambientales reales y serias.

Para investigar

¿Puede la transición energética considerarse realmente “sostenible” si implica impactos negativos para comunidades vulnerables en el Sur Global? ¿Qué indicadores deberíamos usar para medir la sostenibilidad de la energía más allá de las emisiones de carbono?

¿Cómo se pueden lograr verdaderos mecanismos para disminuir las desigualdades entre países industrializados y subdesarrollados respecto a la minería de tierras raras?

¿Hasta qué punto estamos dispuestos como sociedad a cambiar nuestros patrones de consumo para lograr una transición energética más justa?

¿Qué implicaría para las empresas y usuarios aceptar dispositivos más duraderos, compartidos o reparables?

Referencias

Brown, D., Zhou, R., & Sadan, M. (2024). Critical minerals and: Rare earth elements in a planetary just transition: an interdisciplinary perspective. The Extractive Industries and Society, 19, 101510.

Calles silenciadas, basura visible: cómo el anonimato urbano y la desigualdad social están alimentando los vertidos ilegales en las ciudades globalizadas

Edificios en Bruselas. Fuente Petar Starčević. Licencia libre en Pexels.

En una ciudad como Bruselas, capital de Bélgica, que alberga a las principales instituciones de la Unión Europea (como el Parlamento de la Unión Europea, la Comisión Europea, la OTAN, entre otros) uno pensaría que el ornato y la limpieza urbana están garantizadas. Sin embargo, un estudio reciente realizado por las investigadoras de la Universidad Católica de Lovaina, Madeleine Guyot, Isabelle Thomas y Sophie O. Vanwambeke revela un fenómeno silencioso y persistente: los vertidos ilegales de residuos, que lejos de ser ocasionales o fortuitos, están profundamente conectados con la configuración urbana, el tejido social y las contradicciones de la globalización.

El Atomium En Bruselas

El Atonium, Bruselas. Fuente Nathalia Rosa. Licencia libre en Pexels.

El paper, titulado From Complaints to Insights, analiza más de 45000 reportes de vertidos ilegales registrados entre 2017 y 2020 en la aplicación Fix My Street, una plataforma digital que permite a los habitantes de Bruselas denunciar incidentes en el espacio público. Al comparar estos reportes con otros 53000 incidentes no relacionados con este tipo de actos «incivilizados», las autoras pudieron identificar patrones con una precisión geográfica sin precedentes.

Los datos son contundentes en constatar que el vertido ilegal tiende a ocurrir en calles residenciales, estrechas, silenciosas y de bajos ingresos. También es más común “bajo árboles” —no por razones naturales, sino por el encubrimiento visual que ofrecen—, lo que pone en entredicho la idea de que más áreas verdes siempre mejoran la calidad urbana. Parece increíble que en una ciudad de primer mundo como Bruselas se de este tipo de contaminación «de a callado» por parte de algunos de sus habitantes, pero de hecho, lo es.

En dicho estudio los factores más significativos hallados por las investigadoras destacan: la reincidencia geográfica del vertido de residuos, es decir, donde ya se han depositado residuos es más probable que vuelva a ocurrir, a esto se le conoce como el efecto de «ventanas rotas», teoría propuesta por Kelling y Coles. Otro hallazgo del estudio es que en áreas con menor ingreso per cápita presentan niveles mucho más altos de vertido ilegal, teniendo este tipo de delitos ambientales una alta correlación con niveles socioeconómicos bajos.

Otra conclusión de la investigación de las autoras es que las áreas con menos ruido de tráfico son más vulnerables al desecho clandestino, por lo que, se aprovecha el silencio y la soledad de las calles para verter, de manera ilegal los desechos.

Desmarcándose de los estereotipos que asocian el desorden urbano con zonas industriales o con la periferia, el estudio muestra que muchas veces es el propio entorno residencial, desprovisto de vigilancia policial y social así como de cohesión social, factores que pueden convertir un lindo barrio en el epicentro del caos.

Aunque el estudio se centra en Bruselas, sus implicaciones son mucho más amplias. Las dinámicas identificadas son extrapolables a otras “ciudades globales” donde la urbanización acelerada, el consumo masivo y la desigualdad social conviven en un mismo espacio físico.

Desde una perspectiva de globalización y su impacto en el ambiente, este fenómeno evidencia cómo las ciudades están absorbiendo los residuos de un sistema de producción y altísimo consumo de cuota globalizada sin contar con los mecanismos comunitarios o institucionales adecuados para gestionarlos.

Dicen textualmente las autores que “estamos viendo cómo el anonimato urbano, potenciado por la fragmentación social y la movilidad residencial propia de la globalización, erosiona el control social informal que solía prevenir estas prácticas”, explica el estudio.

Ejemplos de vertido ilegal reportado en la app Fix My Street, tomado del estudio de las investigadoras.

En ese sentido, en las ciudades nos estamos haciendo más individualistas, el concepto de barrio como un tejido de relaciones sociales cordiales, de apoyo y tertulia han mutado a sitios fríos, amurallados física o funcionalmente. La información derivada de este estudio es una consecuencia de este fenómeno, entre otros factores.

La geografía y la tecnología pueden ayudar a orientar las políticas públicas

Las tecnologías de información geográfica (SIG, sensores remotos, Apps de localización, entre otros) y el análisis geográfico son poderosas e invaluables herramientas para orientar políticas públicas más efectivas, equitativas y basadas en evidencia, especialmente en contextos urbanos y ambientales, estas permiten discernir dónde ocurren los problemas, determina patrones territoriales y riesgos, y puede mejorar la asignación de recursos.

En lo que respecta a la investigación descrita, el valor del enfoque empleado (uso de datos ciudadanos geolocalizados) se basa en su aplicabilidad, a bajo costo y con software libre, para diseñar intervenciones urbanas dirigidas. Las autoras proponen que los tomadores de decisión utilicen estos datos espaciales, no solo para detectar puntos críticos en cuanto al problema de los desechos clandestinos, sino también, para evaluar el impacto real de las campañas de limpieza y las inversiones estatales en el espacio público.

Asimismo, las autoras proponen incorporar indicadores innovadores como el flujo peatonal o la calidad percibida del entorno, variables que podrían ser recolectadas mediante sensores urbanos o participación ciudadana.

Una conclusión que podemos obtener es que la limpieza urbana no es solo un tema de tener barrenderos en las calles o de aplicar multas por delitos, sino que se requiere más cohesión social, un trabajo interinstitucional, vinculando a los ciudadanos, promoviendo que estos se apropien de su barrio; un reflejo directo de la justicia social, la participación ciudadana y el diseño urbano. En este mundo globalizado donde las ciudades enfrentan una presión creciente de consumo de recursos y de aumento demográfico, entender estos vínculos es clave para diseñar y rehabilitar espacios urbanos habitables, sostenibles y equitativos, no solo en latitudes europeas sino en nuestras ciudades latinoamericanas.

Para investigar

¿Ante la deposición de residuos clandestinos en Bruselas y en otras ciudades globalizadas qué soluciones pueden implementarse para evitar o disminuir el problema?

¿Qué otros ejemplos de problemas ambientales encontramos en las ciudades hoy?

¿Conoces otros ejemplos en que los Sistemas de Información Geográfica (SIG) y la tecnología geoespacial hayan ayudado a explicar y analizar problemas ambientales, elaborando mejores políticas públicas?

¿En qué otros aspectos puede ser útil los SIG?

Referencias

Guyot, M., Thomas, I., & Vanwambeke, S. O. (2022). Is illegal dumping associated with some urban designs? Evidence from fix my street data, Brussels.