La Democracia y el presidente Chaves
Por: Ing. Porfirio Quesada Gätgens
7 agosto, 2024
¿Dónde está la verdad y la libertad en la democracia? No existe la verdad y tampoco la libertad. Se cambia un gobierno por otro y nada pasa; se dan a lo sumo maquillajes en los rostros. En el fondo todo sigue igual. Hay una razón, y es que no se puede tocar el poder real. Los gobiernos son elegidos por una gran masa de ignorantes, por una inmensa mayoría sin criterio y sin pensamiento, a la cual se le engaña y se le miente tan fácil y cínicamente, que se llega hasta a gobernar en contra de sus intereses.
Esa masa, manipulada y domesticada, y hecha sierva y menguada por esa democracia, no tiene decisión ni poder real. Por tanto, nunca podrá ver, ni siquiera imaginar, ese círculo de oscuridad democrática donde habita el poder real, ese que elige a los verdaderos gobernantes del mundo, ese que elige al presidente del Fondo Monetario Internacional, al del Banco Mundial, o al de la Organización Mundial del Comercio. Ni siquiera alcanzarán a ver a los que eligen al presidente del Banco Central de Costa Rica. Entonces, ¿dónde está la verdad y la libertad en la democracia?, ¿qué valor puede tener una democracia que se ampara, se nutre y vive en armonía con la ignorancia?
El concepto de democracia se ha ido degenerando y prostituyendo hasta convertirse en la imposición que lleva a cabo un pequeño grupo de poderosos y sus gobiernos sobre el resto de la sociedad. Y en nuestro país, como en muchos otros, la democracia no pasa de ser una palabra en un discurso. Un simple recurso para justificar y defender acciones dudosas que atropellan los derechos de muchos para beneficiar el interés de pocos.
En la sociedad costarricense, diariamente comprobamos que el poder político contiene a la clase más corrupta de la sociedad, en parte, porque obtiene el poder mediante engaños dirigidos al elector, mintiendo durante una campaña electoral que carece de programas de gobierno serios, apelando al populismo, haciendo demagogia y un sinfín de promesas que luego no cumplirán. Y, por otra parte, porque terminarán siendo mucho más ricos al final de su gobierno.
Los impostores de la democracia, quienes recurren a la ignorante ingenuidad de la población para salvaguardar sus intereses, quienes quieren reelegirse aun cuando han bombardeado al Estado social y de derecho y llevado al país al despeñadero siguen creyendo que la masa amorfa y desorientada es una manada fácil de manejar, manipular y engañar. La sublime ingenuidad ideológica y política de esa masa amorfa y desorientada le sigue dando el voto a quienes hoy tienen a nuestra sociedad al borde del colapso, condenando irremediablemente a las futuras generaciones, a sus hijos y a los hijos de sus hijos, a una desventurada e infeliz existencia. Obligándolos a sobrevivir en medio de la ignorancia, la droga, la prostitución, la violencia, el crimen organizado, la insensibilidad y la corrupción política.
El “mundo libre” y su “libertad” permite hablar, protestar, hacer dinero, aunque sea de manera inmoral, evadir y eludir impuestos, votar, explotar, acumular bienes, hacer viajes de placer, salir y comprar en el extranjero, ir y llenar los carritos en los supermercados… Sin embargo, si lo anterior constituye el atributo real del ser humano libre, entonces, en el andamiaje vital de nuestra desdichada sociedad hay una pieza que no encaja, que no funciona, un corto circuito, o una descarada falsedad. ¿Es posible no entender que la libertad o es un valor universal o es una palabra envuelta en el viento? En Costa Rica la contradicción es tan evidente que produce náuseas. No hablemos ya del sometimiento económico al capricho y arrogancia de los bancos imperiales, mal que avergüenza y que nos convierte en esclavos modernos; mal que, por otro lado, aplauden muchos vendepatrias. Si no, de la otra cara de la libertad, del otro sector de la sociedad que ejerce la libertad en el terreno de la ignorancia, del desempleo, de la inseguridad, del hambre, del odio, del delito, la exclusión, la desesperación y la muerte.
Aquellos que mandan, deciden, y disfrutan del poder real, tienen pleno derecho a pregonar y a defender su democracia. Pero el imbécil y el miserable que la defiende solo defiende su propia desgracia.
Se sabe muy bien que la democracia es el régimen de la sociedad capitalista. Y la democracia es todo eso que he descrito, no es nada más que eso. Además, es algo que podemos ver, sin hacer mayor esfuerzo, en la vida y en la realidad política de este país.
La elección del señor Chaves Robles puso al descubierto esa democracia, y la democracia, en este caso, puede sentirse orgullosa de su funcionamiento. Sin embargo, el resultado de su elección es, al mismo tiempo, un espejo donde se mira el deterioro de nuestra sociedad, y el empobrecimiento y descomposición de su régimen democrático. No preocupa tanto que el presidente sea neoliberal, reaccionario, confrontador, déspota. Preocupa su ignorancia, su altanería y su prepotencia. Se parece más al matón del barrio que al presidente de un país con educación y cultura. Apenas unos meses antes de su elección, nadie podía imaginarse que llegaría a ocupar la silla presidencial una persona que cargara una mezcla tan grosera de ignorancia y arrogancia, con tan poca cultura política y con tanta falta de respeto y desprecio por el recurso del pensamiento.
Donde sea que se rieguen o caigan las semillas de esa democracia, sobre todo en su modalidad neoliberal, florece el germen de la agudización de la pobreza y, con ella, germina la desesperanza y la deshumanización de los pobres, pagando el precio de ser las víctimas de los daños colaterales de un gobierno esencialmente autoritario, antipopular y elitista, anti Estado social, anti CCSS, anti universidades públicas, anti enseñanza pública, anti Banca Nacional, anti Ministerio de Cultura, enemigo de los más pobres y amigo de los más ricos, impulsado férreamente por un presidente soberbio y agresivo y, para colmo de males, despiadado con los malaventurados del género humano. Como si fueran solo los pobres los hijos del reino animal, como si los sueños y los códigos de bienestar, felicidad, igualdad, fraternidad y justicia, no fueran hijos del reino de Dios.
Tomado de: Semanario Universidad como prueba.
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